martes, 28 de junio de 2011

Saga Fallen (Oscuros) - Lauren Kate - Passion - Capitulo uno - BAJO EL FUEGO

UNO

BAJO EL FUEGO
Moscú • Octubre 15, 1941



¡Lucinda!

Las voces llegaron a ella en una turbia oscuridad

¡Vuelve!

¡Espera!

Ella les ignoro, presionando más fuerte. El eco de su nombre resonó en las paredes de la Anunciadora, eso provoco un calor ondulante a través de su piel. ¿Fue la voz de Daniel o de Cam? ¿Arriane o Gabbe? ¿Qué hacía Roland pidiéndole que volviera, o era Miles?

Las llamadas crecieron haciendo más difícil discernir, hasta que Luce no pudo decirles que aparte de todo: bueno o malo. Enemigo o amigo. Ellos hicieron más difícil la separación, aunque ya nada era fácil. Todo lo que alguna vez había sido negro y blanco se había mezclado formando gris.

Por supuesto, ambas partes estuvieron de acuerdo en una cosa: Sacarla de la Anunciadora. Para su protección, Ellos reclamaron.

No gracias.

No ahora.

No después de que hubieran destruido el patio de sus padres, convirtiéndolo en polvo y residuos de una batalla. Ella no quería ver los rostros de sus padres sin querer volver... no como si hubiera querido volver atrás en una Anunciadora.

Además, era demasiado tarde. Cam había tratado de matarla. O a quien creía que era ella. Y Miles la había salvado, pero no era así de simple. Había sido capaz de lanzar su reflejo solo porque le importaba demasiado.

¿Y Daniel? ¿Le preocupaba lo suficiente? Ella no podría decirlo.

Y al final cuando los proscritos se habían acercado a ella, Daniel y los otros habían mirado a Luce como si fuera alguien que les debía algo.

Tu estas en la entrada al cielo, le había dicho un proscrito. El precio. ¿A que se refería? Hasta hace un par de semanas ella ni sabía que existían los proscritos. Y sin embargo, ellos querían algo de ella… bastante malo como para que Daniel tuviera que pelear por ella.

Debe tener alguna relación con la maldición, la que mantuvo a Luce reencarnando vida tras vida. Pero, ¿Qué pensaban que Luce podría hacer? ¿Había sido la respuesta enterrada en algún lugar? Su estómago se revolvió como ella por la sensación de frio, en el interior del abismo en esa oscura Anunciadora.

Luce…
Las voces comenzaron a desaparecer y a apagarse. Hasta convertirse en susurros. Casi que se habían apagado cuando volvieron a crecer, más fuertes y más claras.

Luce…

No. Ella apretó los ojos tratando de bloquear las voces.

Lucinda…
Lucy…
Lucia…
Luschka…

Ella tenía frio y estaba cansada y no quería oírlos. Por una vez ella quería estar sola.

Luschka! Luschka! Luscka!

Sus pies tocaron algo.

Algo muy, muy frio.

Ella estaba en tierra firme. Ella sabía que no caería más aunque no pudiera ver nada frente a ella excepto el manto de la oscuridad.

Luego miro sus converse.

Y tragó.

Ellos estuvieron plantados en una manta de nieve hasta que les llego a la mitad de las pantorrillas. El frescor húmedo que ella había usado viajando a través del oscuro túnel, en el patio, en el pasado, estaba dando paso a otra cosa. Algo ventoso y absolutamente frígido. La primera vez Luce dio un paso a través de una Anunciadora –desde su habitación hacia Las Vegas- Ella había estado con sus amigos Shelby y Miles. Al final del pasaje ellos habían descubierto una barrera: una oscura cortina entre ellos y la ciudad. Debido a que Miles era el único que había leído algo sobre ese pasaje, había empezado a deslizar la Anunciadora en un movimiento circular hasta que la oscura sombra se fue lejos.

Luce no lo había sabido hasta que fue el blanco de disparos.

Esa vez no había barrera. Tal vez porque estaba viajando sola, a través de una Anunciadora convocada por ella misma. Pero la salida fue tan fácil. Casi tan fácil. El velo de la oscuridad se separó solo. Una ráfaga de frio cruzo por ella, haciendo que tratara de bloquear la ráfaga con las rodillas. Sus costillas se pusieron rígidas y sus ojos se llenaron de lágrimas cuando el viento sopló fuerte y repentinamente.
¿Dónde estaba?

Luce ya estaba arrepentida de su salto impulsivo en el tiempo. Si, ella necesitaba un escape, y si, quería perseguir su pasado, para proteger a todos sus antiguos “yo” del dolor, para entender qué clase de amor ha tenido con Daniel todas esas veces. Para sentirlo en vez de escucharlo. Para entender –y luego reparar- la maldición que tienen ella y Daniel.

Pero no esto. Paralizada, sola, y completamente desentendida de donde se encontraba, de lo que sea que fuera ella.

Podía ver una calle cubierta de nieve justo enfrente de ella, un cielo gris por encima de los edificios blancos. Podía oír un ruido en la distancia. Pero ella no quería saber que era lo que eso significaba.

“Espera!” le susurro a la Anunciadora.

La sombra se movía vagamente a muy corta distancia de las yemas de sus dedos. Ella trato de atraparla, pero la Anunciadora se alejaba de ella, cada vez más lejos. Ella dio un salto hacia la sombra, y atrapo un pedazo húmedo de ella entre sus dedos.

Pero entonces, en un instante, la Anunciadora se rompió en suave fragmentos negros sobre la nieve. Se desvanecieron y luego desaparecieron.

“Genial,” murmuro “¿Y ahora qué?“

A lo lejos, la estrecha carretera curva se encontraba con una intersección. Las aceras estaban llenas de grandes montañas de nieve, las cuales habían sido arrinconadas contra los edificios.

Todas las ventanas se veían oscuras. Luce tuvo el presentimiento de que toda la ciudad podría estar sumida en la oscuridad. La única luz provenía de una solitaria lámpara de gas que alumbraba la calle. Si hubiera luna, estaría escondida detrás de una nube. Una vez más, algo sonaba en el cielo. ¿Una tormenta?

Luce paso los brazos sobre su pecho, abrazándose a ella misma. Estaba congelada.

“Luschka!”

Era la voz de una mujer. Rasposa y grave, como la de alguien que ha pasado toda su vida dando órdenes. Pero la voz también temblaba.

“Luschka, eres una idiota. ¿Dónde estás?”

La voz sonaba más cerca ahora. ¿La mujer le estaba hablando a Luce? Había algo más sobre esa voz, algo extraño que Luce no podía explicar con palabras.

Cuando la figura salió por la esquina de la calle, Luce examino a la mujer, tratando de reconocerla. Ella era muy baja y un poco encorvada, tal vez de unos sesenta. Su ropa abultada parecía demasiado grande para su cuerpo.

“¿Donde has estado?”

Luce miro a su alrededor. Ella era la única otra persona en la calle. La anciana le estaba hablando a ella. Su cabello estaba escondido bajo un pañuelo negro y espeso. Cuando vio a Luce, su rostro se contrajo en una mueca complicada.

“Justo aquí,” Se escuchó a ella misma decir
En Ruso

Se tapó la boca con su mano. Así que eso era lo que le había parecido extraño de la voz de la anciana: Ella estaba hablando un idioma que Luce nunca aprendió. Y en ese momento, Luce no solo podía entender cada palabra, si no que podía responder en el mismo idioma.

“Podría matarte,” dijo la mujer, respirando pesadamente mientras se precipitaba hacia Luce y la envolvía con sus brazos.

Para una mujer con aspecto frágil, sus brazos eran muy fuertes. El calor de otro cuerpo presionado contra el de Luce, después de un intenso frio, hizo que Luce casi quisiera llorar. Le devolvió el abrazo, más fuerte.

“¿Abuela?” ella murmuro, sus labios estaban muy cerca de la oreja de la mujer, de alguna manera Luce sabía quién era ella.

“Todas las noches vuelvo de mi trabajo para ver que te has ido,” Dijo la mujer. “¿Ahora estas dando vueltas en medio de la calle como una lunática? ¿Al menos fuiste hoy a trabajar? ¿Dónde está tu hermana?”

El ruido proveniente del cielo, otra vez. Sonaba como si una terrible tormenta se estuviera acercando. Moviéndose rápido. Luce se estremeció y levanto su cabeza al cielo. No sabía que era.

“Aha,” dijo la mujer. “Ya no eres tan cuidadosa.” La mujer soltó a Luce y luego la alejo para tener una vista más clara de ella. “Mi Dios, ¿Que llevas puesto?”

Luce se recordo como la abuela de su vida pasada quedo asombrada con sus vaqueros y pasaba los dedos nudosos sobre los botones de la camisa de franela de Luce. Agarro su corto y enredado cabello . “A veces pienso que eres tan loca como tu padre, que descanse en paz”

“Yo solo ----- “los dientes de Luce estaban castañeando. “No sabía que iba a hacer tanto frio.”

Una gran explosión proveniente del cielo estremeció a ambas. Ahora, Luce sabía que no era un tornado.

“¿Qué es eso?” pregunto Luce en un susurro.

La anciana se dirigió a ella. “La guerra,” se estremeció. “¿Perdiste tus neuronas junto con tu ropa? Vamos. Nos tenemos que ir”.

A medida que se metian por la calles cubiertas de nieve, sobre los adoquines y las tranvias, Luce se dio cuenta que la ciudad no estaba vacia despues de todo. Un par de carros estaban aparcados en la calle. Pero en ocasiones, por las calles oscuras laterales, Luce oia los relinchos de los caballos de carga esperando ordenes, su aliento salia helado de sus pulmones congelados. Luce veia siluetas de personas corriendo por lo tejados. Por un callejon, un hombre con un abrigo roto ayudaba a tres niños pequeños a entrar por la puerta de un sotano.

Al final de la calle, el camino se abría en una carretera, tres carriles formaban una gran avenida con una vista completa de la ciudad. Los únicos carros estacionados eran vehículos militares. Se veian muy viejos, casi absurdos, como reliquias en un museo de guerra: Jeeps con lonas gigantes de defensas, llantas muy grandes y la hoz y el martillo de la Union Sovietica pintados en las puertas. Pero aparte de Luce y su Abuela, no habían más personas por ahí. Cada cosa – excepto el horrible ruido proveniente del cielo – eran fantasmagóricos, demasiado silencioso.

A lo lejos, ella podía ver un rio, y un poco más allá, una gran construcción. Aun en la oscuridad, ella podía distinguir sus torres elaboradas por niveles y adornada con cúpulas en forma de cebollas, la cual le parecía familiar y desconocida al mismo tiempo.

Le tomo un momento asimilarlo – y luego el miedo invadió a Luce.

Estaba en Moscú.
Y la ciudad era una zona de guerra.

El humo negro se alzaba en el cielo gris, marcando los sitios de la ciudad que ya habían sido destruidos: a la izquierda del gran Kremlin, y justo detrás de ella, y a lo lejos también recorriendo todos los lugares hasta la derecha. No había combate en la calles, ninguna señal de que soldados enemigos hallan atravesado la ciudad a pie, no todavía. Pero las llamas destruyendo todo a su paso, el olor de guerra por todos lados, y el presentimiento de que aún faltaba más por venir, hacia todo peor.

Esa fue por mucho, la cosa más estúpida que hizo Luce en su vida – probablemente la más estúpida en cualquiera de sus vidas. Sus padres las matarían si se enteraran de donde estuvo. Daniel, probablemente, nunca le hablaría de nuevo.

Pero entonces: ¿Qué pasaría si ellos Ni siquiera tuvieran la oportunidad de estar furiosos con ella? Ella podría morir, justo aquí, en esta zona de guerra.

¿Por qué se había metido en esto?

Porque tenía que hacerlo. Era difícil no escuchar ese aliento de orgullo de sus padres en medio del pánico. Pero debía de estar ahí, en algún lugar.

Ella había dado un paso hacia la Anunciadora. Por su cuenta. Entro a un lugar muy diferente a su presente y a un tiempo muy lejano, entro al pasado que necesitaba entender. Eso era lo que ella quería. Había sido manejada como una ficha de ajedrez por suficiente tiempo.

¿Pero que se supone que debía hacer ahora?

Luce agarro a su abuela con su pálida y fría mano. Extraño, esta mujer no estaba consciente de lo que Luce había tenido que pasar. No tenia idea de quien era ella en realidad y sin embargo, el tiron que ejercia la abuela en ella era lo unico que la mantenia en movimiento.

“¿A dónde vamos?” pregunto Luce mientras su abuela la llevaba cuesta abajo por otra oscura calle. Los adoquines resbaladizos y el camino sin pavimentar asi que correr fuera aun mas dificil. La nieve había entrado en los tenis de Luce, y los dedos de sus pies estaban comenzando a quemarse con el frio.

“Iremos por tu hermana, Kristina.” La Anciana fruncio el ceño. “La única que trabaja por las noches en la excavacion de trincheras del ejercito con sus propias manos para que tu puedas tener tu descanso de belleza. ¿Te acuerdas de ella?”

En donde estaban paradas, no había ninguna luz, ni una lámpara para alumbrar el camino. Luce parpadeo un par de veces para hacer que sus ojos se adaptaran. Estaban paradas en frente de lo que pareció como un gran foso, justo en el medio de la ciudad.

Debían de haber unas cien personas allí. Todos ellos agrupados. Algunos arrodillados, cavando con palas. Algunos estaban cavando con sus manos. Otros, estaban como congelados, mirando al cielo. Otros pocos soldados estaban acarreando fuera pesadas cargas de tierra y escombro en carretillas para echarla en la barricada de escombros que estaban construyendo al final de la calle. Sus cuerpos estaban escondidos bajo gruesas capas de lana del ejército, pero por debajo de sus cascos de acero, sus caras eran tan delgadas y demacradas como cualquiera de los civiles. Lucinda entendió que ellos estaban trabajando todos juntos, el hombre con uniforme, la mujer y el niño, convirtiendo su ciudad en una fortaleza, haciendo todo lo que pueden, hasta el último minuto, para mantener a los enemigos fuera.

“Kristina,” su abuela grito, con la misma voz de pánico-amor que había utilizado con Luce.

Una chica apareció a su lado casi inmediatamente. “¿Porque tardaste tanto?”

Alta y delgada, con los filamentos de su cabello oscuro asomandose debajo de su sombrero de copa baja, Kristina era tan Hermosa que Luce tuvo que tragarse un nudo en la garganta. Luce la reconocio inmediatamente como su familia.

Ver a Kristina le recordaba a Vera, otra hermana de una vida pasada. Luce debió de haber tenido cien hermanas en todas sus vidas. Todos ellos debieron de haber pasado por algo similar. Hermanas, hermanos, padres y amigos que debieron de haber amado a Luce, para luego perderla. Ninguno de ellos había sabido lo que estaba por pasar. Todos ellos habían quedado atrás, sufriendo.

Tal vez había una forma de cambiar eso, de hacer las cosas más fáciles para las personas que la han querido. Tal vez eso era parte de lo que Luce podría hacer en sus vidas pasadas.

Un gran “boom” de algo explotando sonó en toda la ciudad. Lo suficientemente cerca para que el suelo que estaba debajo de Luce y su oído derecho se sintieran como si hubieran estallado. En la esquina, las sirenas que avisan un ataque aéreo comenzaron a sonar.

“Baba.” Kristina agarro el brazo de su Abuela. Estaba a punto de llorar. ”Los Nazis- están aquí, ¿cierto?

Los alemanes. La primera vez que Luce viajaba en el tiempo y terminaba atrapada en la Segunda Guerra Mundial. “¿Están atacando a Moscú?” su voz temblo. “¿Esta noche?”

“Debimos de haber dejado la ciudad con los otros,” dijo Kristina con amargura. “Ahora es demasiado tarde.”

“¿Y abandonar a tu madre, a tu padre y a tu abuelo?” Baba sacudió la cabeza. “¿Dejarlos solos en sus tumbas?”

“¿Entonces es mejor unirnos a ellos en el cementerio?” Kristina escupió de nuevo. Se dirigió a Luce, sacudiendo su brazo. “¿Sabías lo del bombardeo? ¿Tú y tu amigo kulak? ¿Es por eso que no viniste a trabajar esta mañana? Estabas con él. ¿Cierto?”

¿Qué es lo que su hermana cree que Luce podría saber? ¿Con quién habría estado Luce?

¿Quién más si no Daniel?

Por supuesto. Luschka debe estar con él en ese momento. Y si su propia familia estaban confundiendo a esa tal Luschka con Luce…

Su pecho se contrajo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que ella había muerto? ¿Y si Luce pudiera encontrar a Luschka antes de que eso pase?

“Luschka.”

Su hermana y su abuela tenían la mirada puesta en ella.

“¿Qué le está pasando hoy?” preguntó Kristina

“Vamos.” Dijo Baba, frunciendo el ceño- “¿Crees que los moscovitas van a mantener abierto el sótano por siempre?”

Los propulsores de un avión de guerra sonaron por encima de ellos en el cielo. Lo suficientemente cerca para que Luce viera claramente la oscura suástica pintada debajo de sus alas. La suástica estremeció a Luce y la hizo temblar. Luego otra bomba cayo en la ciudad y el aire se llenó de caos con el humo negro. Le dieron a algo cercano que Luce no podría ver. Dos explosiones masivas hicieron que el suelo debajo de sus pies temblara.

Era un caos en la calle. La multitud en las trincheras estaba desapareciendo. Todos se esparcieron unas cuatro manzanas a la redonda. Algunos se escondieron debajo de las escaleras de la estación del metro que estaba a unas calles, a esperar que las bombas pararan de caer; otros desaparecieron en la oscuridad.

En la otra cuadra, Luce vio la forma de alguien corriendo: una chica, más o menos de su edad, con un sombrero rojo y un largo abrigo. La chica giro su cabeza solo un segundo antes de que Luce la reconociera. Pero era tiempo suficiente para que Luce lo supiera.

Ahí estaba ella.
Luschka.
Luce se soltó del brazo de Baba. “Lo siento. Me tengo que ir.”
Respiro profundamente y comenzó a correr cuesta abajo por la inclinada calle.

“¿Estás loca?” grito Kristina. Pero no la siguieron. Debían de haber estado locas para hacerlo.

Los pasos de Luce eran torpes, mientras intentaba correr a través de una pila de nieve. Cuando llego a la esquina donde había visto a su antiguo “yo” con el sombrero rojo, aminoro el paso. Luego contuvo el aliento.

Un edificio que ocupaba la mitad de la cuadra quedo directamente frente a ella. Sus paredes blancas eran ahora negras, manchadas por la ceniza, Un incencio en el interior del edificio estaba quemando todo a su paso.

La explosion del edificio lanzo montones de escombros irreconocibles desde el interior. La nieve estaba manchada de rojo. Luce retrocedio, asustada, hasta que se dio cuenta que las manchas de color rojo no eran sangre, si no jirones de seda roja. El edificio debe de haber sido una sastreria. Muchos atuendos estaban esparcidos por la calle, quemados. Un maniqui yacia en el suelo. Era tanto humo y fuego que Luce tuvo que cubrir su boca con la bufanda de su abuela para no ahogarse. Luce estaba desorientada, a donde quiera que ella fuese se perdia y tropezaba.

Ella debía volver, encontrar a la abuela y a su Hermana, que la ayudarían a llegar al refugio, pero no podía. Tenía que encontrar a Luschka. Nunca había estado tan cerca de una de sus antiguos “yo”. Lushka podría ayudarla a entender porque la vida actual de Luce era diferente a las demás. ¿Por qué Cam había lanzado una flecha estelar hacia el reflejo de Luce, creyendo que era ella, y haberle dicho a Daniel: “Era un mejor final para ella.” ¿Era un mejor final? ¿Qué otro final le esperaba a Luce si se la hubieran llevado en verdad?

Miro a su alrededor lentamente, tratando de ubicar el destello rojo del sombrero de Lushkca en la oscura noche.

Ahí.

La chica estaba corriendo colina abajo hacia el rio. Luce comenzó a correr también.


Ambas corrían exactamente al mismo tiempo. Cuando Luce se detenía por el sonido de una explosión, Luschka también lo hacía. Y cuando llegaron al rio, y la ciudad salió a la vista, Lusckca se paralizo de la misma manera como lo hizo Luce.

Cincuenta yardas en frente de Luce, su viva imagen comenzó a sollozar.

La mayor parte de Moscú estaba en llamas. Muchas casas estaban abandonadas Luce trato de comprender las vidas que se perdieron esa noche, pero todos ellos se sentian distantes e irreconocibles a la realidad de Luce, como alguien que leyo sobre eso en un libro de historia.

La chica estaba de nuevo en movimiento. Corriendo tan rápido que Luce no podía haberla alcanzado aunque quisiera. Corrieron alrededor de cráteres gigantes tallados en la carretera de adoquines.

Pasaron edificios ardiendo, crujiendo con el horrible sonido que hace el fuego cuando se propaga hacia un nuevo objetivo. Corrieron por destrozados camiones volcados, por brazos ennegrecidos colgando a los lados.

Entonces Luschka giró hacia la izquierda en una calle y Luce no pudo verla más.

La adrenalina la golpeó. Luce continuó hacia delante golpeando con sus pies más fuerte y más rápido en la calle nevada. La gente solo corría de esta manera cuando estaba desesperada. Cuando algo más grande que ellos les obligaba a hacerlo.

Luschka solo podía seguir corriendo hacia una cosa.
“Luschka…”
Su voz.
¿Dónde estaba? Por un momento, Luce olvidó su pasado, olvidó a la chica rusa cuya vida estaba en peligro de acabar en cualquier momento, olvidó que este Daniel no era su Daniel, pero entonces…

Por supuesto que lo era.

Él nunca murió. Él siempre había estado allí. Él siempre fue suyo y ella siempre fue de él. Todo lo que ella quería era encontrar sus brazos, enterrarse en su abrazo. Él sabría lo que ella tendría que hacer; él sería capaz de ayudarla. ¿Por qué había dudado de él antes?

Corrió, hacia donde se encontraba su voz. Pero no podía ver a Daniel por ninguna parte. Ni tampoco a Luschka. El río estaba bloqueado y Luce se paró en una intersección.

Su respiración era ahogada en sus congelados pulmones. Un frío y un punzante dolor atravesó sus oídos, y los helados pinchazos en sus pies hacían que estar de pie fuera aún más insoportable.

¿Pero hacia dónde debía ir?

Ante ella había un enorme y vacío aparcamiento, repleto de escombros y acordonado con andamios y una valla de hierro. Pero incluso en la oscuridad, Luce podía decir que eso era una vieja demolición, no algo destruido por una bomba en unos ataques aéreos.

No lo parecía, solo un feo y abandonado socavón. No sabía por qué aún continuaba parada delante de él. Por qué había parado de correr detrás de la voz de Daniel…

Hasta que se agarró de la valla, parpadeó y vio un destello de algo brillante.
Una iglesia. Una majestuosa blanca iglesia llenaba ese gran agujero. Un enorme tríptico de grandes arcos de mármol en la fachada frontal. Cinco torres de oro se extendían hacia el cielo. Y en el interior: filas de bancos de madera encerada hasta donde podían ver sus ojos.

Un altar en la parte superior de unas blancas escaleras colgantes. Y todas las paredes y altos techos abovedados estaban cubiertos con magníficos frescos ornamentales. Había ángeles por todas partes.

La Iglesia de Cristo el Salvador.

¿Cómo sabía Luce eso? ¿Por qué sentía con cada fibra de su ser que aquella nada había sido una vez una formidable iglesia blanca?

Porque ella había estado allí antes. Vio las huellas de alguien en el metal: Luschka había pasado por aquí también, había contemplado las ruinas de la iglesia y sintió algo.

Luce se agarró de la barandilla, parpadeó otra vez y se vio a si misma, o a Luschka, como una niña.

Estaba sentada dentro, en uno de los bancos con un vestido blanco de encaje. Un órgano sonaba mientras la gente entraba en fila antes de un servicio. El apuesto hombre a su derecha debía de ser su padre, y la mujer junto a él, su madre. Estaba la abuela que Luce acababa de conocer y Kristina.

Todos ellos parecían más jóvenes, mejor alimentados. Luce recordó a su abuela diciendo que sus padres estaban muertos. Pero aquí se veían muy vivos. Ellos parecían conocer a todo el mundo, saludando a cada familia que pasaba al lado de su banco.
Luce estudió su propio pasado viendo a su padre mientras él estrechaba su mano con un guapo y rubio joven. El joven se inclinó sobre el banco y le sonrió a Luce. Él tenía los más bonitos ojos violetas.

Volvió a parpadear y la visión despareció. El aparcamiento estaba otra vez solo lleno de escombros. Se estaba congelando. Y sola. Otra bomba estalló al otro lado del río y la sacudida le hizo caerse sobre sus rodillas. Cubrió su rostro con sus manos…

Hasta que escuchó a alguien llorando en voz baja. Levantó su cabeza y entrecerró los ojos en la profunda oscuridad de las ruinas, y lo vio.

“Daniel,” susurró. Él parecía el mismo.

Casi irradiaba luz, incluso en la congelante oscuridad. El pelo rubio en el que nunca quería dejar de pasar sus dedos, los ojos gris-violetas que parecían haber sido hechos para encajar con los suyos. Ese extraordinario rostro, los pómulos altos, aquellos labios. Su corazón latía con fuerza y ella tuvo que apretar su agarre en la valla de hierro para evitar correr hacia él.

Porque no estaba solo.

Él estaba con Luschka. Consolándola, acariciándole la mejilla y besándole las lágrimas. Sus brazos estaban envueltos a su alrededor, sus cabezas inclinadas hacia delante en un beso interminable. Estaban tan perdidos en su abrazo que no parecía que sintieran la calle moviéndose y temblando con otra explosión. Parecía como si solo estuvieran ellos dos en el mundo.

No había espacio entre sus cuerpos. Estaba demasiado oscuro para ver donde terminaba uno y empezaba el otro.
Lucinda se puso de pie y se arrastró hacia delante, moviéndose de una pila de escombros en la oscuridad hacia la derecha solo lo suficiente para estar cerca de él.

“Pensé que nunca te encontraría,” escuchó Luce decir a su pasado yo.

“Siempre nos encontraremos el uno al otro,” respondió Daniel, levantándola del suelo y acercándola más hacia él. “Siempre.”

“¡Hey, vosotros dos!” gritó una voz desde una puerta de un edificio vecino. “¿Vais a venir?”

Cerca de la plaza del aparcamiento vacío, había un pequeño grupo de personas que estaban siendo conducidos hacia un edificio de piedra sólida por un hombre cuyo rostro Luce no podía ver. Allí era hacia donde Luschka y Daniel se dirigían. Debía de ser su plan desde el principio, para refugiarse de las bombas juntos.

“Sí,” les dijo Luschka a los otros. Miró a Daniel. “Vamos con ellos.”

“No.” Su voz era cortante. Nerviosa. Luce conocía ese tono demasiado bien.

“Estaremos más seguros en la calle. ¿No es esto por lo que acordamos reunirnos aquí?”

Daniel volvió a mirar tras ellos, sus ojos traspasando el lugar donde Luce estaba escondida.

Cuando el cielo se iluminó con otra ronda de explosiones rojas y doradas, Luschka gritó y hundió su cara en el pecho de Daniel. Por lo que Luce fue la única que vio su expresión.

Algo pesaba en él. Algo más que el miedo a las bombas.

Oh no.

“¡Daniil!” Un niño cerca del edificio seguía sosteniendo la puerta abierta. “¡Luschka! ¡Daniil!”

Todos los demás ya estaban dentro.

Fue entonces cuando Daniil giró a Luschka y acercó su oído a sus labios. En su escondite oscuro, a Luce le dolía saber lo que él estaba susurrándole. Él estaba diciéndole alguna de las cosas que Daniel alguna vez le había dicho cuando ella estaba alterada o abrumada. Quería correr hacia ellos, para quitar a Luschka de en medio… pero no podía. Algo en su interior le hizo no moverse.

Ella se fijó en la expresión de Luschka como si toda su vida dependiera de ello.

Tal vez fuera así.

Luschka asintió mientras Daniil hablaba, y su rostro cambió del miedo a la calma, casi apacible. Ella cerró los ojos. Asintió una vez más. Luego se inclinó de nuevo y una sonrisa se extendió lentamente por los labios.

¿Una sonrisa?
Pero, ¿por qué? ¿Cómo? Era casi como si ella supiera lo que estaba a punto de suceder.

Daniel la sostuvo entre sus brazos y luego la bajó. Se inclinó para besarla otra vez, presionando sus labios firmemente contra los suyos, pasando sus manos por su pelo, y luego, por sus costados, por cada centímetro de ella.

Era tan apasionado que Luce se ruborizó, tan íntimo que no podía respirar, tan hermoso que no podía apartar sus ojos. Ni por un segundo.

Ni siquiera cuando Luschka gritó.

Y estalló en una columna de blancas llamas abrasadoras.

El ciclón de llamas era de otro mundo, líquido y casi elegante en una manera horrible, como una larga bufanda de seda enredada alrededor de su pálido cuerpo. Se envolvió en Luschka, fluía fuera de ella y a su alrededor, iluminando el espectáculo de sus miembros quemándose y agitándose, y agitándose… y luego no agitándose más. Daniil no quería irse, no cuando el fuego casi había quemado su ropa, no cuando tuvo que apoyar la carga de su laxo e inconsciente cuerpo, no cuando las llamas quemaron la carne de Luschka con un feo y acre silbido, no cuando su piel comenzó a carbonizarse y ennegrecerse.

Solo cuando el fuego se desvaneció —tan rápido, al final, como el apagado de una sola vela—y no había nada más a lo que aferrarse, nada más que cenizas, Daniil dejó caer sus brazos.

Ni en todas las fantasías más salvajes de Luce sobre volver y revisitar sus vidas pasadas, nunca había imaginado ni una sola vez aquello: su propia muerte. La realidad era más horrible de lo que sus pesadillas más oscuras jamás podrían haber inventado. Ella, de pie en la fría nieve, paralizada por la visión, su cuerpo carecía de la capacidad de moverse.
Daniil se tambaleó lejos de la masa carbonizada en la nieve y se puso a llorar. Las lágrimas corrían por sus mejillas haciendo caminos a causa del hollín negro que era todo lo que ella le había dejado. Su rostro estaba contraído de dolor. Sus manos temblaban. Se veían desnudas y grandes y vacías para Luce, como si —incluso aunque el pensamiento le provocara unos extraños celos— sus manos pertenecieran alrededor de la cintura de Luschka, en su pelo, tocando sus mejillas. ¿Qué diablos podías hacer con tus manos cuando la única cosa que ellas querían sostener había horriblemente desaparecido de repente? Una chica, toda una vida—desaparecida.

El dolor en su rostro se apoderó del corazón de Luce y lo retorció, exprimiéndola completamente. Por encima de todo el dolor y la confusión que ella sentía, al ver su agonía fue peor.

Esto era lo que él sentía en cada vida.
Cada muerte.
Una y otra y otra vez.

Luce se había equivocado al imaginar que Daniel era egoísta. No es que no le importara. Le importaba tanto que lo destrozaba. Ella todavía le odiaba, pero de repente comprendió su amargura, sus reservas acerca de todo. Miles podría muy bien haberse enamorado de ella, pero su amor no era como el de Daniel.

Nunca podría serlo.

“¡Daniel!” exclamó ella, y salió de entre las sombras, corriendo hacia él.

Quería devolverle todos los besos y abrazos que acababa de presenciar dándolos a su propio pasado. Sabía que estaba mal, que todo estaba mal.

Los ojos de Daniil se abrieron ampliamente. Una mirada de horror cruzó su rostro.
“¿Qué es esto?” dijo él lentamente. Acusadoramente. Como si él no hubiera solo dejado que Luschka muriera. Como si el hecho de que Luce estuviera allí fuera peor que ver morir a Luschka. Él levantó su mano, pintada de negro por las cenizas y la señaló. “¿Qué está pasando?”

Era una agonía tener que ver cómo la miraba de aquella manera. Ella detuvo sus pasos y parpadeó soltando una lágrima.

“Respóndele,” dijo alguien, una voz desde las sombras. “¿Cómo has llegado aquí?”

Luce habría reconocido esa altiva voz en cualquier parte. No tenía que ver a Cam salir del refugio de bombas antiaéreo.

Con una suave presión y un estruendo como una enorme bandera desplegándose, él extendió sus grandes alas. Éstas se mantenían detrás de él, haciéndole aún más magnífico e intimidante de lo normal. Luce no pudo evitar mantener la mirada fija. Las alas brillaban con un tono dorado en la oscura calle.

Luce entrecerró los ojos, tratando de dar sentido a la escena frente a ella. Había más, más figuras al acecho en las sombras. Todos dieron un paso adelante.

Gabbe. Roland. Molly. Arriane.

Todos ellos estaban allí. Todos con sus alas arqueadas fuertemente hacia delante. Un mar de reflejos de oro y plata, cegadoramente brillantes en la oscura calle. Parecían tensos. Las puntas de sus alas se estremecieron, como si estuvieran listos para entrar en batalla.

Por una vez, Luce no se sintió intimidada por la gloria de las alas o el peso de sus miradas. Se sentía indignada.
“¿Todos vosotros lo veis cada vez?” preguntó ella.

“Luschka,” dijo Gabbe en un tono plano. “Sólo dinos lo que está pasando.”

Y entonces Daniil estaba allí, agarrando sus brazos. Sacudiéndola.

“¡Luschka!”

“¡No soy Luschka!” gritó Luce, alejándose de él y respaldándose a una media docena de pasos.

Ella estaba horrorizada. ¿Cómo podían vivir haciendo eso? ¿Cómo podían solamente sentarse y ver como ella moría?

Todo era demasiado. Ella no estaba preparada para ver esto.
“¿Por qué me miras así?” preguntó Daniil.

“Ella no es quien tú crees que es, Daniil,” dijo Gabbe. “Luschka está muerta. Ella es… ella es…”

“¿Quién es?” preguntó Daniil. “¿Cómo es que está aquí de pie? Cuando…”

“Mira su ropa. Es claramente…”

“Cállate Cam, ella no puede ser,” dijo Arriane, pero ella parecía temerosa, también de que Luce podría ser lo que Cam estaba a punto de decir que era. Otros gritos del aire, y luego una explosión de artillería llovió desde los edificios de enfrente, ensordeciendo a Luce, incendiando un almacén de madera. Los ángeles no se preocupaban por la guerra que había a su alrededor, solo por ella. Habían veinte pasos ahora entre Luce y los ángeles, y ellos parecían tan cautelosos con ella como ella con ellos. Ninguno de ellos se acercaba.

A la luz del edificio ardiendo, la sombra de Daniil fue arrojada hacia delante de su cuerpo. Ella se concentró en invocarla. ¿Funcionaría? Sus ojos se estrecharon y cada músculo de su cuerpo se tensó. Ella era todavía muy torpe con eso, nunca sabía lo que tardaba en llegar una sombra hasta sus manos.

Cuando las líneas oscuras comenzaron a temblar, ella se abalanzó. Se apoderó de la sombra con las dos manos y comenzó a girar la masa formando una bola, tal y como ella había visto a sus profesores, Steven y Francesca, hacer en unos de sus primeros días en la costa. Las anunciadoras invocadas eran siempre amorfas y desordenadas. Primero tenía que hacerla girar en un contorno distinto. Solo entonces podría tirar de ella y extenderla en una superficie plana. Después la anunciadora se transformaría en una pantalla a través de la cual vislumbrar el pasado o en un portal a través del cual escapar.

Esta anunciadora era pegajosa, pero pronto se estiró y pudo darle forma. Metió la mano dentro y abrió el portal.

No podía permanecer más tiempo allí. Ella tenía una misión ahora: encontrarse a sí misma viva en otra vida y averiguar lo que los proscritos habían querido decir, y finalmente, a determinar el origen de la maldición entre Daniel y ella.

Luego romperla.

Los otros jadearon mientras ella manipulaba la anunciadora.
“¿Cuándo aprendiste a hacer eso?” susurró Daniil.

Luce negó con la cabeza. Su única explicación solo desconcertaría a Daniil.

“¡Lucinda!” Lo último que ella escuchó fue su voz diciendo su verdadero nombre.

Extraño, ella había estado mirando justo a su afectado rostro pero no había visto sus labios moverse. Su mente estaba jugando con ella.

“¡Lucinda!” gritó una vez más, su voz se alzó en pánico, justo antes de que Luce se lanzara de cabeza en la atrayente oscuridad.

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